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sas sus amigas, que se creian olvidadas por él y estaban hasta cierto punto resentidas.

Pero él las compuso fácilmente, demostrándoles que era la vez primera que salia á pasear desde que cambió de empleo.

—Si ántes hubiera salido, les dijo, ántes hubiera venido, porque siempre hubiera sido para ustedes mi primer visita.

Y como no queria venir á verlas de todos modos con las manos vacías, preferí esperar á que se venciera el primer mes.

Y Lanza entregó á la francesa todo el sueldo que habia recibido, con excepcion de cien pesos que reservó para pasear aquella noche.

Este último y elocuente lenguage aplacó todo resentimiento y Lanza fué tratado á cuerpo de rey, pues harto lo merecia un jóven que se conducia de aquella manera.

—Es el mio un empleo incómodo por ahora, por la esclavitud en que estoy, pero muy conveniente por el porvenir que allí tengo y la práctica que voy adquiriendo en el comercio.

En un par de meses mas me habré establecido por mi cuenta.

Y como pienso salir lo ménos posible, es preciso que ustedes, con algun pretexto de comprar, vayan á visitarme de cuando en cuando.

Todo el dia y toda la noche son mios hoy, pero no quiero abusar por ahora, y trataré de salir lo menos posible.

Lanza pasó todo aquel dia entregado al culto agradable de aquella amistad.

Se mudó todo perfectamente, y á la noche llevó á sus amigas al teatro, las dejó allí y empleó todo el resto de la noche en visitar á algunas de las modistas con quienes habia hecho relacion en la tienda.

A unas porqué le gustaban de alma y á otras porqué le convenia tener relacion con ellas, á todas visitó y á todas presentó sus cumplimientos, haciéndoles todo género de ofrecimientos.

Concluidas estas visitas que podemos llamar diplomáticas, Lanza regresó al teatro y desde aquel momento se entregó por completo á complacer á sus amigas.

Terminada la funcion regresáron á casa y las francesas, que tenian el hábito de cenar, obsequiáron á Lanza como mejor pudiéron, recogiéndose á dormir á una hora bastante avanzada.

A la mañana, bien de madrugada, ya Carlo Lanza estaba en pié, y listo para salir.

La vieja, que sabia que el jóven saldria temprano, lo esperaba con una buena taza de café que tomó con avidez y con gusto.

Y despues de recomendarles nuevamente que lo visitaran si él no venia, marchó á su conchabo, llegando á horas en que sus compañeros aun no habian abierto la tienda.

Lanza siguió trabajando cada vez con mas ahinco y mas entusiasmo, aunque ya aquella vida de encierro y de mostrador empezaba á fatigarlo.

Ya tenia bastante práctica para manejarse en la tienda por sí solo.