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Y se arrojó en la cama á llorar como un desesperado, pensando amargamente que aquella hora, Anita feliz, estaria entregada al culto de sus nuevos amores.

Mil ideas de venganza acudian á la imaginacion de Lanza.

Pero ¿de quien se iba á vengar si ni sabia quien era el jóven ni lo conocia siquiera?

¿Sabia él acaso dónde se habian dirigido? ¿habian acaso dejado algun rastro por el cual se les pudiera descubrir?

Toda la noche la pasó así, entregado á una desesperacion suprema.

Al otro dia muy temprano se lavó, arregló su traje que estaba todo descompuesto y salió á la calle en direccion al Retiro.

Iba mirando todas las casas atentamente, como si esperara ver asomar á las ventanas el plácido rostro de Anita.

Y dobló la calle de Juncal y siguió hasta la Recoleta sin haber adelantado nada en su pesquisa.

Y volvió por la calle de Santa-Fé haciendo la misma pesquisa y mirando todas las calles y casas sin adelantar nada.

Por esta última calle y á la altura de Montevideo, vió un cupé que venia del Oeste, al gran trote de una espléndida yunta de caballos.

Algo bailó en el corazon de Lanza al ver aquel cupé que tan de mañana regresaba á la ciudad.

Al pasar por su lado, vió que dentro iba un jóven sumamente paquete y que al mirarlo, como si lo reconociese, se puso á reir.

Este cupé y la vista del risueño jóven, se le enterró en el corazon como una puñalada.

Y sin darse cuenta de lo que hacia, echó á disparar detras del cupé dando voces.

Por el cristal trasero del cupé, veia la cara traviesa del jóven, que lo miraba correr, sonriendo siempre.

Y esto le daba fuerzas para seguir en su vertiginosa carrera.

Pero ¿qué podia avanzar tratándose de una soberbia yunta?

Antes que Lanza hubiese podido correr un par de cuadras, ya el cupé habia desaparecido de su vista.

Pero le quedaban estos dos datos: que Anita estaba fuera de la ciudad y que aquel cupé, que no se le despintaría mas de la memoria, era el del jóven que le habia robado á Anita.

Lanza tuvo que detenerse rendido de cansancio y materialmente con la lengua afuera.

Habia agotado todas sus fuerzas.

A las muchas personas que se le acercaban á preguntarle lo que tenia, les decia:

—No es nada, corrí detras del cupé, porqué dentro iba un jóven que me ha insultado y que ha sido bastante cobarde para no pararse.

Como el aspecto de Lanza era el de una persona decente y de posicion desahogada, su version era perfectamente verosímil y nadie la ponia en duda.

Lanza estuvo parado así por espacio de un cuarto de hora