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Con estarse un mes sin salir á la calle, todo estaba concluido.

Cuando saliese, tal vez ya Lanza ni siquiera pensaria mas en ella.

Todo cuanto podia interesarle lo encerró en el baúl que habia preparado de antemano, donde tambien guardaba su dinero.

Aburrida y no teniendo ya que hacer, se vistió con la ropa que habia dejado fuera del baúl con ese objeto, y esperó tranquila que llegase la hora de la partida.

Así cuando su amante vino á la tarde, no tuvo necesidad de preguntarle nada, pues su traje compuesto era un aviso de que estaba dispuesta á irse con él.

—Pronto, le dijo ella, si nos hemos de ir, vámonos pronto, porqué tengo miedo de estar mas aquí.

No sé qué presentimiento tengo en el corazon de que puede venir ese hombre y sorprenderme.

—Yo estoy á tus órdenes, cuando tú quieras vámonos no mas; ¿qué es lo que vas á llevar?

Sería mejor que no llevaras nada, porqué nada necesitas á mi lado y así andaríamos mas livianos.

—Voy á llevarme mi baúl, donde tengo lo que me interesa conservar, y nada mas; vamos, vamos pronto.

Anita apénas podia dominar su miedo.

Se le habia puesto que Lanza podia llegar de un momento á otro y su miedo aumentaba cada vez mas á medida que pasaba el tiempo.

Y miéntras el jóven hacia poner con el cochero el baúl en el pescante, ella escribió con lápiz y con una ortografía imposible, un papel que dejó sobre la mesa de luz.

En él prevenia á Lanza que no la buscara, porqué se iba á Montevideo, convencida de que no era para él sinó una odiosa carga y porqué no se sentia con fuerzas para sobrellevar la vida en las condiciones en que se habian colocado.

—Con esto no tendrá mas remedio que conformarse, dijo, y tener paciencia.

Y subió en el cupé del jóven, cuya portezuela éste tenia abierta.

Al doblar la plaza del Retiro para tomar la calle de Santa-Fé, viéron á Lanza que, guiando el landó de sus patrones, iba con estos en direccion á Palermo.

Anita, aterrada, se hizo atras en un movimiento nervioso.

—¡Por Dios! dijo, yo quiero ir por otro lado, puede vernos y echarse todo á perder.

—Pero, no seas tonta, ¿no vés que él no tiene ninguna razon para sospecharse lo que pasa?

Para estar mas seguros de lo que hace, lo mejor es precisamente no perderlo de vista.

Aunque pasáramos á su lado, él desde el pescante no puede ver el interior del cupé.

Sigámoslo no mas, que ellos han de ir á Palermo y nosotros vamos mas léjos, á Belgrano donde he tomado apartamento para tí.