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Pasados estos pasaria tambien la impresion y no habria que temer ya un acto de violencia.

Entre tanto Anita, con el espiritu atribulado, esperaba la vuelta de Lanza para tener con él una explicacion.

Ella deseaba ahora mas que nunca quebrar con su amante, pero no sabia como hacerlo, porqué le tenia miedo y lo creía capaz de vengarse de una manera sangriénta, cegado por los celos.

Al fin, por ella, él habia roto sus relaciones productivas con doña Emilia y no aceptaria así no mas el ser engañado.

En cuanto al oficio de cochero, Anita para nada se preocupaba de las razones que podian haber influido en Lanza para aceptarlo.

Ella no veia mas que el hecho desnudo de ser su amante un cochero, hecho que tan amargamente le habia reprochado su otro amante.

Cuando Lanza llegó á su casa, fatigado del trabajo y buscando como siempre su descanso en el amor de Anita, encontró á esta llorando amargamente.

La presencia de Lanza habia avivado y renovado su dolor, así es que su llanto arreció cuando este se acercó á hacerle sus habituales caricias.

Lanza quedó sorprendido al ver á Anita presa de aquel dolor evidente, y con ansiosa precipitacion le preguntó qué tenia.

Ageno á lo que sucedia, Lanza pensó en el primer momento que Anita habia sido víctima de una venganza de doña Emilia y la apuró á que dijera qué era lo que tenia.

Pero la jóven lloraba cada vez mas, sin poder articular una palabra.

—Pero es preciso que me digas qué tienes, exclamaba él desesperado, y empezando á perder la paciencia.

Yo ya no puedo soportar esta horrible duda.

¿Ha estado aquí doña Emilia? ¿te ha mandado insultar por álguien?

Dímelo, dímelo pronto para poder vengarte inmediatamente.

Pero la jóven seguia disimulando con el llanto, porqué no se atrevía á decir.

—¡Vamos, Anita! exclamó por fin Lanza, perdiendo ya toda paciencia; es preciso que me digas pronto lo que ha pasado aquí, yo no puedo soportar mas la duda.

—No te aflijas que nada ha pasado, respondió al fin Anita enjugando su llanto.

—Y entónces ¿qué tienes, por qué lloras?

—Espera un momento, dejame tranquilizar y te lo explicaré todo; no te aflijas que nada me ha sucedido.

Lanza se sentó al lado de Anita y ella le dió sus quejas del siguiente modo y aparentando un dolor que estaba muy léjos de sentir.

Esta tarde salí á pasear un poco para distraerme de la soledad en que vivo.

No queriendo andar por parajes muy concurridos, tomé Esmeralda y me paré al desembocar la plaza del Retiro.