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Una tarde de verano en que los dos jóvenes venian de Belgrano en un cupé, halláron á la entrada de Palermo el carruaje de la familia de Lima, manejado por Lanza.

Los dos jóvenes viéron al cochero, y los dos se miráron asombrados.

Habian reconocido á Carlo Lanza y habian comprendido en el acto la verdad de lo que pasaba, porqué aquel jóven, por Anita, estaba al corriente de la historia de Lanza.

Y á pesar de haberlo visto tan de cerca, dudáron, mandando el jóven á su cochero entrase á Palermo para poder asegurarse de la verdad de lo que habian visto.

Anita iba en el fondo del cupé y apénas podia ser vista por las personas que pasaran frente á los cristales.

Ménos podria ser vista por Lanza, que iba sobre el alto pescante de un landó.

El coche del jóven volvió á encontrarse en el paseo, y ya no le cupo duda.

Aquel era Carla Lanza vestido con su librea de cochero, pero siempre buen mozo y siempre distinguido.

—Mira á tu amante, míralo que bien le sienta la librea de cochero, dijo á Anita su jóven compañero, tratando de herirla en su amor propio.

Anita apénas se inclinó para mirar.

Estaba pálida y conmovida, porqué se sentia humillada ante el jóven.

Ahora se explicaba muchas cosas que ántes no habia sabido apreciar.

Recordaba que Lanza varias veces que se lo habia pedido, se habia negado á llevarla al teatro, protestando tener que hacer en el escritorio.

Es claro que era porqué tenia que llevar á sus patrones, puesto que era cochero de familia rica.

Humillada con las bromas pesadas del jóven, Anita se puso á llorar, no teniendo otra defensa y le pidió la llevase á su casa.

—Ahora convendrás conmigo que no es digno, ni justo, ni decoroso, que una persona como tú, bella y jóven, sea la amante de un cochero, cuyos cariños tendrán siempre olor á pesebre y que solo te pertenece el tiempo que sus señores no lo necesitan.

Es preciso que no seas necia y que te vengas conmigo, para que tengas la posicion que te corresponde.

Si yo no te atendiera, ¿qué seria de tí, teniendo que vivir del sueldo de un cochero?

Ya ves que apénas podrias llenar las necesidades del estómago.

Anita gimió llena de vergüenza.

Ella no pensó que Lanza habia descendido á aquella posicion solo por su amor, no pensó en lo que hacia estimable el sacrificio de aquel.

Solo pensó en ella, se sintió herida en su amor propio, degradada en ser la amante de un cochero, y lloró amargamente.

El jóven se mostraba sumamente complacido con aquel