Página:Carlo Lanza - Eduardo Gutierrez.pdf/109

Esta página ha sido validada
— 109 —

—Gracias á Dios que al fin estoy en mi casa, que puedo decir mi casa, que nadie puede venir á molestarme ni á insultarme ni tratarme como á su sirvienta.

¡Libre, libre y pudiendo llamarme dueña de mi casa, dueña absoluta aunque sea de un rincon miserable! ¡así comprendo yo que pueda estimarse en algo la vida!

¡Me parece un sueño que pueda verme yo libre y dueña de una casa!

—No solo dueña de la casa sinó de un hombre que vivirá por ti y para ti.

Yo he de hacer todo lo que esté al alcance de mi mano para hacerte feliz la existencia, agregó Lanza con acento enamorado.

No tengo nada en el mundo que me preocupe mas que tu felicidad.

Por ti y para tí vivo, Anita, y no te daré motivo, yo te lo juro, sinó para bendecir el momento en que me has conocido.

Aquel primer dia se pasó entre mil caricias y proyectos de todo género, en burlarse de las tragaderas de doña Emilia que habia creido en el amor de Lanza, y en lamentar éste la precipitacion con que habia procedido Anita.

—¿Y cómo le iba á permitir á esa perra vieja que viniera á abrazarte en mis narices, decia esta, y hacerse prodigar caricias que, aunque falsas, siempre eran caricias?

Esto era mas fuerte que mi buena voluntad y todos los buenos propósitos que me animaban.

—En fin, la cosa está hecha y no hay mas que conformarse con ella; pero es una lástima que por no haber tenido un poco mas de paciencia no le hayamos sacado á la vieja una buena cantidad de dinero.

—Bueno, como no tiene remedio, pensemos en nosotros no mas, dijo Anita; pensemos en nosotros que ya tenemos ganado lo principal viéndonos libres y dueños de nosotros mismos.

Lanza curó los arañazos y golpes que tenia Anita en la cara y que la imposibilitaban para salir á la calle, y se recogiéron esperando al dia siguiente para hacer lo mas urgente, que era buscar casa, porqué en aquel alojamiento de hombres solos no les habian de permitir pasar mucho tiempo.

Ocho dias felices pasáron así, entregados á sus frenéticos amores, sin pensar en otra cosa.

Ya curados los moretones y arañazos, Anita podia salir á la calle sin temor de excitar la curiosidad y la risa de los que la veian, y juntos salian á comer y á almorzar á los cafés de la ciudad ó á los hoteles de los mas inmediatos pueblos de campaña.

Pero aquello no podia durar así, y era preciso pensar un momento en el porvenir y preocuparse en buscar nuevas entradas; pronto darian fin con sus recursos y volverian á encontrarse en el desamparo.

Por él poco le importaba, puesto que ya estaba habituado á los grandes apretones.

Pero ahora tenia que pensar en que no estaba solo, que te-