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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

En efecto, en esta lucha se ventila el problema fundamental del universo y se trata la más importante cuestión sometida a la libertad humana; con Dios o contra Dios; es ésta, nuevamente, la elección que debe decidir el destino de la humanidad; en la política, en las finanzas, en la moralidad, en las ciencias, en las artes, en el Estado, en la sociedad civil y doméstica, en Oriente y en Occidente, en todas partes se presenta este problema como decisivo por las consecuencias que de él se derivan. De manera que los mismos representantes de una concepción totalmente materialista del mundo ven reaparecer una y otra vez delante de ellos la cuestión de la existencia de Dios que creían ya suprimida, y se ven obligados a reanudar su discusión.

Por ello, pues, conjuramos en el Señor, tanto a los individuos como a las naciones, a deponer ante tales problemas, y en estos momentos de tan encarnizadas luchas vitales para la humanidad, ese mezquino individualismo y abyecto egoísmo, que ciega aún las inteligencias más perspicaces y hace fracasar cualquier noble iniciativa, por poco que esta salga de los estrechos límites del restringidísimo cerco de sus pequeños intereses particulares; únanse todos, aún con graves sacrificios, para salvarse a sí mismos y para salvar a la humanidad. En tal unión de ánimos y de fuerzas deben ser naturalmente los primeros quienes se glorían del nombre de cristianos, recordando la gloriosa tradición de los tiempos apostólicos, «cuando la multitud de los creyentes formaba un solo corazón y una sola alma»[1]; mas concurran leal y cordialmente también todos los demás que todavía admiten un Dios y le adoran, para alejar de la humanidad el grave peligro que amenaza a todos. Porque, en efecto, creer en Dios es la base indestructible de todo orden social y de toda responsabilidad sobre la tierra; por ello todos los que no quieren la anarquía y el terror deben empeñarse enérgicamente en que los enemigos de la religión no alcancen el objetivo que tan abiertamente han proclamado.

Y no se Nos esconde, venerables hermanos, que en esta lucha por la defensa de la religión se deben usar también todos los medios humanos legítimos que están en Nuestra mano.

  1. Hch 4, 32.