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Acta de Pío XI

al comprobar el noble amor que ponen en Dios innumerables almas, en todas las partes del mundo y en todas las clases sociales. Verdaderamente un potente soplo del Espíritu Santo pasa ahora sobre toda la tierra, atrayendo especialmente las almas juveniles a los más sublimes ideales cristianos, elevándolas por encima de todo respeto humano, adaptándolas a cualquier sacrificio por heroico que sea; un soplo divino que sacude todas las almas aun a su pesar y les hace sentir una interna inquietud, una verdadera sed de Dios, aun a aquellas que no se atreven a confesarlo. También Nuestra invitación a los laicos para participar en el apostolado jerárquico desde las filas de la Acción Católica ha sido atendida en todas partes dócil y generosamente; va creciendo continuamente en las ciudades y en los campos el número de aquellos que, con todas las fuerzas, se dedican a la propagación de los principios cristianos y a su aplicación práctica en los actos de la vida pública, mientras procuran al mismo tiempo confirmar sus palabras con los ejemplos de su vida perfecta.

Sin embargo, ante tanta impiedad, ante tan grande ruina de las más santas tradiciones, ante el estrago de tantas almas inmortales, ante tantas ofensas a la divina Majestad no podemos, venerables hermanos, dejar de desahogar todo el amargo dolor que sentimos; no podemos dejar de alzar Nuestra voz apostólica, y con toda la energía tomar la defensa de los conculcados derechos divinos y de los más sagrados sentimientos del corazón humano que tienen tan absoluta necesidad de Dios. Tanto más cuanto que en estas falanges, presas de espíritu diabólico, no se contentan con vociferar, sino que unen todos sus esfuerzos para llevar a cabo cuanto antes sus nefastos designios. ¡Ay de la humanidad, si Dios, tan vilipendiado por sus criaturas, diera, en su justicia, libre curso a esa tormenta devastadora y se sirviera de ella como de un flagelo para castigar al mundo!

Es, por consiguiente, necesario, venerables hermanos, que incansablemente «nos pongamos en contra, como muralla para defender la casa de Israel»[1], uniendo también nosotros todas nuestras fuerzas en un único y sólido frente compacto contra las malvadas falanges enemigas tanto de Dios como de la humanidad.

  1. Ez 13,5.