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Acta de Pío XI

con sus propias tipografías imprime folletos en todos los idiomas; promueve especiales exposiciones y públicas manifestaciones. No solo esto sino que, distribuidos y asociados en facciones políticas, económicas y militares, a través sus heraldos, mediante comités, ilustraciones y todo los demás medios posibles, pueden difundir sus opiniones ostensible u ocultamente, en todas los clases, grupos y encrucijadas, y dedicarse así diligentemente en tan impía obra. Además, apoyándose en la autoridad y los trabajos de sus universidades, dominan finalmente aquella vigorosa actividad para encadenar estrechamente con su bando a los incautos que ellos eligen Al ver tanta laboriosidad puesta al servicio de una causa tan inicua, Nos viene, en verdad, espontáneo a la mente y a los labios el triste lamento de Cristo: «Los hijos de este siglo son en sus negocios más sagaces que los hijos de la Luz»[1].

Además, los jefes y corifeos de tan inicua facción, llevando la actual crisis económica, a su campo, con dialéctica infernal, acusan ante el pueblo a Dios y a la religión como causa de tan grandes males; sitúan a la Santa Cruz de Nuestro Señor, símbolo de humildad y pobreza, junto con los símbolos del moderno imperialismo, como si la Religión estuviese aliada con esas fuerzas tenebrosas, que tantos males producen entre los hombres. Así intentan, y no sin un fatal éxito, que la lucha por el pan de cada día, el deseo de tener un terreno propio, unos salarios convenientes, habitaciones decorosas, en resumen, un estado de vida adecuado para el hombre, con una abominable guerra contra Dios. Los más legítimos y necesarios deseos, como los instintos más brutales, todo sirve para su programa antirreligioso; como si la ley divina estuviese en contradicción con el bienestar de la humanidad y no fuese por el contrario su única y segura tutela; como si las fuerzas humanas, por los medios de la moderna técnica, pudieran combatir las fuerzas divinas para introducir un nuevo y mejor orden de cosas.

  1. Lc 16,8.