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Acta de Pío VII

sólo entonces será posible una paz estable sobre la tierra. Mas, no bastarán a crear esta atmósfera de paz duradera ni los tratados de paz, ni los más solemnes pactos, ni los convenios o conferencias internacionales, ni los más nobles y desinteresados esfuerzos de cualquier hombre de Estado, si antes no se reconocen los sagrados derechos de la ley natural y divina. Ningún dirigente de la economía pública, ninguna fuerza organizadora podrá llevar jamás las condiciones sociales a una pacífica solución, si antes en el mismo campo de la economía no triunfa la ley moral basada en Dios y en la conciencia. Este es el valor fundamental de todo valor, tanto en la vida política como en la vida económica de las naciones; ésta es la moneda más segura, considerada la más firme, por la que las demás serán también estables ya que están garantizadas por la inmutable y eterna ley de Dios.

También para los hombres individualmente es la penitencia base y vehículo de paz verdadera, alejándolos de las riquezas terrenales y caducas, elevándolos hacia los bienes eternos, dándoles aún en medio de las privaciones y adversidades una paz que el mundo con todas sus riquezas y placeres no puede darles. Uno de los cánticos más serenos y jubilosos que jamás se oyera en este valle de lágrimas ¿no es acaso el célebre "Cántico al Sol o a las criaturas" de San Francisco? Pues bien; quien lo compuso, quien lo escribió, quien lo cantó, era uno de los más grandes penitentes, el Pobrecito de Asís, que nada absolutamente poseía sobre la tierra y llevaba en su cuerpo extenuado los dolorosos estigmas de su Señor Crucificado.

Por consiguiente, la oración y la penitencia son las dos poderosas fuerzas espirituales que en este tiempo nos ha dado Dios para que le reconduzcamos la humanidad extraviada que vaga sin guía por doquiera; fuerzas espirituales, que deben disipar y reparar la primera y principal causa de toda rebelión y de toda revolución: es decir, la rebelión contra Dios. Pero los mismos pueblos están llamados a decidirse por una elección definitiva: o ellos se entregan a estas benévolas y benéficas fuerzas espirituales, y se vuelven, humildes y contritos, a su Señor, Padre de misericordia; o se abandonan, junto con lo poco que aún queda de felicidad sobre la tierra, en poder de! enemigo de Dios, a saber: al espíritu de la venganza y de la destrucción.