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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

da lugar ahora al sórdido afán de ganancia, al que conducen en todas partes, con muchos excesos de modo imprudente y desleal, tanto los negocios como los ajenos. En efecto, ¿cómo puede mantenerse un contrato cualquiera, y qué valor puede tener un pacto, donde no hay ningún compromiso en conciencia? ¿Y cómo se puede hablar de un compromiso en conciencia, donde se ha perdido toda fe en Dios, todo temor de Dios? Desaparecida esta base, cualquier ley moral cae con ella, y no hay remedio alguno que pueda impedir la gradual, pero inevitable ruina de los pueblos, de las familias, del Estado, de la misma civilización humana.

Es, por tanto, la penitencia un arma saludable, que está puesta en las manos de los intrépidos soldados de Cristo, que quieren luchar por la defensa y el restablecimiento del orden moral del universo. Es arma que va directamente a la raíz de todos los males, a saber: a la concupiscencia de las riquezas materiales y de los placeres disolutos de la vida. Mediante sacrificios voluntarios, mediante renuncias prácticas, quizá dolorosas, mediante varias obras de penitencia, el cristiano generoso sujeta las bajas pasiones que tienden a arrastrarlo a la violación del orden moral. Mas, si el celo de la ley divina y la caridad fraterna son en él tan grandes como deben serlo, entonces no sólo se da al ejercicio de la penitencia por sí y por sus pecados, sino que se impone también la expiación de los pecados ajenos, a imitación de los Santos, que con frecuencia se hacían heroicamente víctimas de reparación por los pecados de generaciones enteras; más aún, a imitación del Divino Redentor, que se hizo Cordero de Dios que «quita el pecado del mundo»[1].

¿No hay acaso, Venerables Hermanos, en este espíritu de penitencia, también un dulce misterio de paz? «No hay paz para los impíos»[2], dice el Espíritu Santo, porque viven en continua lucha y oposición con el orden de la naturaleza establecido por su Creador. Solamente cuando se haya restablecido este orden, cuando todos los pueblos lo reconozcan fiel y espontáneamente y lo confiesen; cuando las internas condiciones de los pueblos y las externas relaciones con las demás naciones se funden sobre esta base,

  1. Jn 1,29.
  2. Is 48,22.