Página:Caritate Christi compulsi.pdf/13

Esta página ha sido corregida
189
Acta de Pío XI

la misma idea y el nombre de expiación y de penitencia han perdido en gran parte la virtud de suscitar aquellos arranques del corazón y aquellos heroísmos de sacrificio que en otro tiempo sabían infundir, mostrándose a los ojos de los hombres de fe como marcados por un carácter divino a imitación de Cristo y de sus Santos: ni faltan quienes quieren eliminar las mortificaciones externas, como cosas de tiempos remotos; sin hablar del moderno hombre autónomo, que desprecia la penitencia como expresión de índole servil, y es así lógico que cuanto más se debilite la fe en Dios, tanto más se confunda y desvanezca la idea del pecado original y de la primera rebelión del hombre contra Dios, y, por tanto, se pierda aun más el concepto de la necesidad de la penitencia y de expiación.

Pero Nosotros, Venerables Hermanos, debemos, en cambio, por Nuestra obligación pastoral, tener bien en alto estos nombres y estos conceptos y conservarlos en su verdadero significado, en su genuina nobleza y más todavía en su práctica y necesaria aplicación a la vida cristiana. A ello nos incita la defensa misma de Dios y de la Religión, que venimos amparando, porque la penitencia es por su naturaleza un reconocimiento y restablecimiento del orden moral en el mundo, fundado en la ley eterna, es decir, en Dios vivo. Quien da a Dios la cumplida satisfacción por el pecado, reconoce en ello la santidad de los supremos principios de la moral, su fuerza interior de obligación, y la necesidad de una sanción contra sus violaciones.

Y es en verdad uno de los más peligrosos errores de nuestra época el haber pretendido separar la moral de la religión, quitando así la solidez de toda base para cualquier legislación. Error intelectual éste, que podía quizás pasar inadvertido y aparecer menos peligroso cuando se limitaba a pocos, y la fe en Dios era aún patrimonio común de la humanidad y tácitamente se presumía también aceptada por aquellos que no hacían de ella profesión declarada. Mas hoy, cuando el ateísmo se difunde entre las masas del pueblo las consecuencias prácticas de ese error se tornan terriblemente tangibles y entran en el campo de la tristísima realidad. En lugar de las leyes morales que se desvanecen junto con la pérdida de la fe en Dios, se impone la fuerza violenta que pisotea todo derecho. La lealtad y corrección de antaño en el proceder y en el comercio mutuo, tan celebrada hasta por los retóricos y poetas del paganismo,