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corre las orillas de los rios, y elige un sitio á propósito para arrojar su caña. La esperanza fixa su vista, y le hace observar con ojo atento si el corcho se sumerge, y si la caña se pliega al esfuerzo del pez que arrastra el anzuelo engañador.

Despues, cuando el carro del sol parece querer detenerse en el ardiente signo de Cancer, el cazador se aposta en una de las avenidas del bosque, y antes de hacer saltar el ligero ciervo, acaricia al sabueso, que debe poner los demas perros sobre el rastro.

Si le era permitido á la antigua Arcadia decantar la hermosura de sus floridas llanuras, que