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de que el abundoso cuello amenazaba ahogarle) atizaba el fuego para ganar el tiempo perdido, hasta hacer que las patatas saltasen, al cocer, á chocar con la tapadera del perol, advirtiendo con esto que estaban ya á punto para ser sacadas y peladas.

—¿Por qué se retrasará tanto vuestro excelente padre? dijo Mrs. Cratchit ¿Y vuestro hermano Tiny Tim? ¿Y Marta? El año pasado vino media hora antes.

—Aquí está Marta, madre, gritó una jóven que entraba en aquel momento.

—Aquí está Marta, madre, gritaron los dos jóvenes Cratchit. ¡Viva! ¡Si supieras, Marta, que pato tan hermoso tenemos!

—¡Ah querida hija! ¡Que Dios te bendiga! Qué tarde vienes, dijo Mrs. Cratchit abrazándola una docena de veces, y desnudándola con ternura del manton y del sombrero.

—Ayer teníamos mucho trabajo, madre, y ha sido preciso entregarlo hoy por la mañana.

—Bien, bien; no pensemos en ello puesto que estás aquí. Acércate á la chiminea y caliéntate.

—No, no, gritaron los dos niños. Ahí está padre: Marta escóndete.

Y Marta se escondió. A poco hicieron su entrada el pequeño Bob y el padre Bob; este con un tapaboca que le colgaba lo menos tres piés por delante, sin contar la franja.