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se le entregaban quince ejemplares de su nombre de pila, y sin embargo, no por eso dejó el espíritu de la Navidad de bendecir aquella pobre morada compuesta de cuatro aposentos.

Entonces se levantó Mrs. Cratchit, mujer de Cratchit, vestida con un traje vuelto, pero en compensacion adornada de muchas cintas muy baratas, de esas cintas que producen tan buen efecto no obstante lo poquísimo que valen. Estaba disponiendo la mesa ayudada de Belinda Cratchit, la segunda de sus hijas, tan encintada como su buena madre, mientras que maese Pedro Cratchit, el mayor de los hijos, metia su tenedor en la marmita llena de patatas y estiraba cuanto le era posible su enorme cuello de camisa; no precisamente su cuello, sino el de su padre, pues éste se lo habia prestado, en honor de la Navidad, á su heredero presuntivo, quien orgulloso de verse tan acicalado, ansiaba lucirse en el paseo más concurrido y elegante. Otros dos pequeños Cratchit, niño y niña, penetraron en la habitacion diciendo que habian olfateado el pato en la tahona y conocido que era el de ellos. Engolosinados de antemano con la idea de la salsa de cebolla y salvia, rompieron á bailar en torno de la mesa, ensalzando hasta el firmamento la habilidad de maese Cratchit, el cocinero de aquel dia, en tanto que este último (tieso de orgullo á pesar