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en aquel salon ensordecedor, porque jugaban en él tantos niños, que Scrooge, dominado por una poderosa agitacion, no podria contarlos: cada uno de ellos daba más que hacer que cuarenta. La consecuencia de todo aquello era un estruendo imposible de describir, pero nadie se inquietaba por eso; más aún, la madre y la hija se reian y se divertian extraordinariamente. Habiendo cometido la madre el desacierto de participar en el juego infantil, aquellos bribonzuelos la entregaron á saco y la trataron sin piedad. ¡Cuánto hubiera dado yo por ser uno de ellos! Aunque seguramente yo no me hubiera conducido con tanta rudeza. ¡Oh, no! No hubiera intentado, por todo el oro de la tierra, enredar ni tirar de un modo tan inícuo aquella cabellera tan perfectamente arreglada, y en cuanto al precioso zapatito que contenia su pié tampoco se lo hubiese sacado á la fuerza, ¡Dios me libre! aunque se tratara de la salvacion de mi vida. En cuanto á medirle la cintura del modo que lo hacian aquellos atrevidos, sin escrúpulos de ninguna clase, tampoco lo hubiera hecho, temeroso de que como castigo á semejante profanacion, quedara mi brazo condenado á redondearse siempre, sin poder enderezarlo nunca. Y sin embargo, lo confieso; hubiera deseado tocar sus labios, dirigirle preguntas para obligarla á que los abriese respondiéndome; fijar mis