Cuando el reloj marcaba las once tuvo fin aquel baile doméstico. El señor y la señora de Feziwig se colocaron á cada lado de la puerta, y fueron estrechando cariñosamente y uno á uno las manos de todos los concurrentes; él las de los hombres y ella las de las mujeres, deseándoles mil felicidades. Cuando no quedaban más que los aprendices, se despidieron de ellos de la misma manera: todo quedó en silencio y los dos jóvenes se acostaron en la trastienda.
Durante estas operaciones Scrooge se hallaba como un hombre desatinado. Habia tomado parte en aquella escena con su corazon y con su alma. Lo reconocía todo, lo recordaba todo, gozaba de todo y experimentaba una agitacion singular. Tan sólo cuando la animada fisonomía de su imágen y la de Dick hubieron desaparecido, fué cuando se acordó del fantasma.
Entonces advirtió que le miraba atentísimamente, y que la luz que sobre la cabeza tenia brillaba con todo su esplendor.
—No se necesita gran cosa, dijo el fantasma, para infundir en esos tontos un poco de agradecimiento.
—No se necesita gran cosa, repitió Scrooge.
El espíritu le indicó que escuchase la conversacion de los jóvenes aprendices, los cuales, desbordándose en reconocimiento por Feziwig, lo elogiaban de mil maneras.
—Ya veis, añadió el espíritu; el gasto no