que se hubiera podido contar hasta doce, jadeantes como caballos de carrera.
—Oh, oh, gritó el anciano Feziwig descendiendo de su pupitre con maravillosa agilidad: quitemos estorbos de delante, hijos mios, y hagamos lugar. Hola, Dick: vamos de prisa, Scrooge.
¡Quitar estorbos! Tenian animos para desamueblar aquello. Todo quedó hecho en brevísimo rato: todo lo que era susceptible de ser transportado, desapareció de aquel lugar como si nunca debiera reaparecer. El pavimento fué barrido y perfectamente regado; las lámparas dispuestas, la chimenea bien prevenida de combustible, y en un momento convirtieron el almacen en un salon de baile, tan cómodo, tan templado, tan seco y con tanta luz como podía desearse para una noche de invierno.
Luego vino un músico con sus papeles, y colocándose en el elevado pupitre de Feziwig produjo acordes enteramente ratoneros. Despues entró la señora de Feziwig, señora de plácida sonrisa; despues las tres hijas del matrimonio, hermosas y excitantes; despues los seis galanes que las requerian de amores; despues las jóvenes y los jóvenes empleados en el comercio de la casa; despues la criada con un primo suyo panadero; despues la cocinera con el vendedor de leche, amigo íntimo de su hermano; despues el aprendiz de enfrente, de quien se sospechaba