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extraordinariamente madrugadores para el trabajo, y que no tenian mucho que comer.

El espíritu y Scrooge atrevasando por el vestíbulo llegaron á una puerta situada en la parte posterior de la casa. Abrióse ante ellos y dejó ver una extensa sala, triste, solitaria, llena de banquetas y de pupitres de humilde puno. Sobre uno de ellos, y próximo á un escaso fuego, leía un niño: nadie le acompañaba. Scrooge, sentándose en un banco lloró, reconociéndose en aquel niño tan olvidado como entonces lo estaba él. Ni los ecos dormidos en las concavidades de la casa, ni los chillidos de las ratas peléandose debajo del entarimado, ni el rumor del caño de la fuente que casi no corria por estar el agua congelada, ni el susurro del viento entre las ramas deshojadas de un álamo, ni el golpe de la puerta de los vacíos almacenes, nada, nada; ni aun el más ligero chisporroteo de la lumbre dejó de influir, suave y dulcemente, en el pecho de Scrooge para desatar la corriente de sus lágrimas.

El espíritu le tocó en el brazo, señalándole aquel niño, aquel otro Scrooge tan entregado á la lectura.

De repente un hombre vestido de una manera extraña, visible como os veo, se acercó á la ventana llevando del ronzal un asno cargado de leña. «Ahí llega Alí-Baba, exclamó Scrooge entusiasmado: el excelente y honrado viejo. Sí, sí lo reconozco. Era cabalmente