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de la muerte; compelida á vagar ¡desdichado de mí! por el mundo y á ser testigo inútil de muchas cosas en las que no le es dado tener parte, siendo así que hubiera podido gozar de ellas en la tierra como los demás, utilizándolas para su dicha.

El aparecido lanzó un grito, sacudió la cadena y se retorció las fantásticas manos.

—¿Estáis encadenado? preguntó Scrooge; ¿por qué?

—Arrastro la cadena que durante toda mi vida he forjado yo mismo, respondió el fantasma. Yo soy quien la ha labrado eslabón a eslabón, vara a vara. Yo quien la ha ceñido a mi cuerpo libremente y por mi propia voluntad, para arrastrarla siempre, porque ese es mi gusto. El modelo se os presenta bien singular ¿no es cierto?

Scrooge temblaba más cada vez.

—¿Queréis saber, continuó el espectro, el peso y la longitud de la enorme cadena que os preparais? Hace hoy siete años era tan larga y tan pesada como ésta; después habéis continuado aumentándola: buena cadena es ya.

Scrooge miró alrededor de sí, creyendo divisarla tendida todo lo dilatada que debía ser por el piso; mas no la vio.

—Marley, exclamó con aire suplicante; mi viejo Marley, háblame; dime algunas palabras de consuelo.

—Ninguna tengo que decirte. Los con-