especialmente muerto en un clavo. Si me dejara llevar de mis opiniones, creería mejor que un clavo de ataud es el trozo de hierro más muerto que puede existir en el comercio; pero como la sabiduría de nuestros antepasados brilla en las comparaciones, no me atrevo, con mis profanas manos, á tocar á tan venerados recuerdos. De otra manera ¡qué seria de nuestro país! Permitidme, pues, repetir enérgicamente que Marley estaba tan muerto como un clavo de puerta.
¿Lo sabia así Scrooge? A no dudarlo. Forzosamente debia de saberlo. Scrooge y él, por espacio de no sé cuántos años, habian sido sócios. Scrooge era su único ejecutor testamentario, su único administrador, su único poderhabiente, su único legatario universal, su único amigo, el único que acompañó el féretro, aunque, á decir verdad, este tristísimo suceso no le sobrecogió de modo que no pudiera, en el mismo dia de los funerales, mostrarse como hábil hombre de negocios y llevar á cabo una venta de las más productivas.
El recuerdo de los funerales de Marley me coloca otra vez en el punto donde he empezado. No cabe duda en que Marley habia fallecido, circunstancia que debe fijar mucho nuestra atencion, porque si nó la presente historia no tendría nada de maravillosa.