debe escapar. Admirable belleza, gracia, talento y doce mil libras de renta. ¡Qué vergüenza para los irlandeses sí se les escapa! Dicen que regresa de Méjico sin haber encontrado á su prometido.
—Se quedará entre nosotros milord, dijo el coronel Walsingham.
—¿Quién se la llevará? preguntó el virey.
—Hay varios candidatos, dijo lord Gornig, y entre ellos yo; pero hasta ahora San Buryan es el preferido.
—¿Por qué? preguntó el virey.
—Porque la jóven ha estado sentada toda la noche al lado de la madre de San Buryan, y dicen que ésta entiende mucho de arreglos matrimoniales.
—¿Se decidirá esta noche?
—Sí; la jóven no bailará más que la última contradanza, y se reserva la elección de pareja: los demás tendremos que someternos.
Instantes despues se advirtió algo de movimiento. Todas las miradas se dirigieron al mismo sitio. En medio del salon, y apoyada en el brazo de lord Jhon Loveless, ahora conde de San Buryan, ví á la hermosa Zell, Zell..... más alta, más desarrollada, aunque no más preciosa porque no cabia. Me miró frente á frente y me pareció que se fijaba mucho; mas no, apartó sus lindos ojos con tristeza como si no me conociera; ¡habian pasado diez años!