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—Estoy seguro, dijo, de que el judío os tendrá bien enseñado. Sed franco. ¿No le habeis visto manejar sus guineas?

Lo negué formalmente, asegurándole con tan buenas razones que Abraham estaba pobre, que se quedó pensativo y mal humorado: al marcharse reveló gran contrariedad.

Nada le dije á Zell por no entristecerla; pero desde entonces las visitas de Sir Jhon fueron escaseando con gran sentimiento de Zell, que llegó á preocuparse de tal modo que parecia como muerta.

Un triste suceso vino á sacarla de su abatimiento. Un día trajeron moribundo al anciano judío. Habiendo sido robado en medio de la calle, la conmocion que esto le produjo fué tan grande, que apenas vivió algunas horas. Zell, que no le había abandonado un solo momento, se sobrepuso al golpe con extraña resignacion, pero su palidez y la extraña expresion de sus miradas me asustaron. En el testamento que se encontró la dejaba heredera de todo y por tutor á un tal Lemuel Samuelson. Nunca se supo la cantidad robada. Con lo que habia en caso, de valor de unas veinte ó trienta libras esterlinas, hubo para pagar al médico, enterrar al viejo, vestir decentemente á Zell y atender á nuestras más perentorias necesidades. Entretanto mi pobre Zell sufria horriblemente por la indiferencia de Jhon.