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una sonrisa ó me castigaba con un bofeton.

A duras penas pude saber por Zell que mi hospedero Moisés, Jeremías Abraham, era un avaro como se ven pocos. A ella la llevaba vestida de aquel modo para que no pudiera salir de casa y gastar; pero al verla tan hermosa, no pude por menos de pensar que había otro motivo más poderoso. Me dijo tambien que el viejo estaba ausente casi siempre hasta el crepúsculo y algunas veces hasta más tarde, por lo que si ciertas noches oía sus señales en la ventana, sin oir sus pasos en la escalera, debia callarme: «desgraciado de tí, añadió amenazándome con su manita, si descubres nuestro secreto.»

¡Nuestro secreto! El corazon se me oprimió y comprendí los celos. Zell amaba.

—¿Por qué te sonrojas, niño estúpido? exclamó entre risueña y enojada. ¿Eres de fiar ó no?

No sé lo que repuse, pero no era, de seguro, la expresion de mi pensamiento. No pasó mucho tiempo sin que me pusieran á prueba. Una de las noches en que Abraham regresaba tarde, se oyó su señal, y yo siguiendo á Zell, por mandato suyo, ví que esta abria la ventaba y que penetraba por ella un desconocido de miserable aspecto. Zell se dejó acariciar y aun besar. Hablaron en voz baja, y por lo que pude comprender, de mí. En esto, oyóse la señal del viejo y el desconocido desapareció.