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vestido de señorito no fuese un obstáculo para la admision.

El tiempo corria, la vieja Swigsby, que desde su principio recelaba algo, aumentaba sus sospechas, así es que decidí seguir el consejo de mi amigo.

—Valor, me dijo al desearme buenas noches: id al manantial. ¿Sabeis?

Sabeis. Ciertamente que yo no sabia con exactitud adonde iba.

—A nuestros grandes banqueros, dijo mi amigo, preguntad siempre por los jefes.

Penetrado del pensamiento de mi amigo, busqué al dia siguiente en el Almanaque del Comercio los nombres y señas de los banqueros más famosos y me encaminé á la Cité, donde ví unos cincuenta empleados absorbidos en su trabajo.

Nadie se fijó en mí, y por eso, á lo último, me dirigí á uno de ellos y le dije.

—Perdonadme, pero quisiera hablar á vuestro....

—¿A quién? preguntó con viveza.

—Al principal.

—El Sr. Lesigot se halla ahora en Goldborough Park, me contestó sonriendo con aire chuzon. Si se trata del empréstito otomano, le telegrafiaré y vendrá mañana.

Repuse que nada tenía que ver con el empréstito otomano y que cualquiera de los asociados de la casa sería bueno para mi objeto.