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tacion no varió. Hasta mucho tiempo despues no supe las cartas oficiales que habian mediado con ocasion de la mia. Mi madre, por ocupaciones de mi padre, habia escrito la siguiente: «La señora Carolina Trelacony, a la señora Glumper. Estimada señora: confio en que la adjunta cesta para mi hijo no os chocará, Carlos crece mucho, de tal modo, que á su padre le ha llamado la atencion, porque teme que la salud de nuestro hijo se resienta. Bien sabeis lo que es esto y la necesidad de que los niños se alimenten bien, en cuyo caso está mi hijo, y aunque no es muy comilon, deseo obsequiarle, convencida de que no os ofendereis, interesada por salud tanto como yo. Mis recuerdos al doctor Glumper. Vuestra etc.

«La señora Glumper, á la señora Trelacony. Querida amiga: no puedo contestar mejor á vuestra atenta carta que manifestándoos que el doctor Glumper, yo, nuesta familia y los demás profesores (excepto el señor Legourmet, que desea comer en su casa), todos comemos en compañía de nuestros discípulos, los cuales, en mi concepto no pueden quejarse ni de la parquedad ni del condimiento de los manjares: Recibid etc.»

Desgraciadamente habia algo de verdad en esto, que puediera tranquilizar á las dos señoras. Los profesores comian con nosotros, pero los primeros y apartándose los mejores trozos y alicientes. El doctor, bon-