se hubiese permitido el uso de un tenedor de plata, hubiera sido considerado como un ser estrambótico, y en cuanto á la cuchara y seis servilletas que segun los reglamentos del colegio Glumper debían formar parte inexcusable de una buena educacion clásica, la primera quedaba almacenada en una especie de depósito, donde la señora Glumper tenia todos los despojos de sus imberbes colegiales, así como juguetes prohibidos, libros confiscados y demás, y las servilletas iban destinadas al servicio de todos sin distincion, en aquella república comunista, hasta que no quedaba de ellas nada: en definitiva no teníamos por qué hablar contra la tenedores de hierro, pues de otra manera hubiera sido imposible hacer presa la carne con otro metal menos duro.
La comida de los lunes se reducía á un guisado de ternera, á pedazo por persona, y aunque no estaba prohibido pedir otro, esta solicitud era acogida con tan mal disimulada contrariedad, que nos llegamos á contentar con uno solo. Como justa compensancion de nuestra discreta conducta, recibíamos al siguiente día, los trozos que habían sobrado en el anterior, pero frios y contraidos, ligeramente recubiertos de sangre y bajo una montaña de coles mal cortadas, aunque sobremanera interesantes para hacer un estudio de insectos, en vista de las muchas orugas que, en ordenadas filas mos-