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me, pero las escribió como le fué posible y bajó á abrir la puerta de la calle para recibir al mozo portador. Mientras se encontraba allí aguardando, fijó sus miradas en el aldabon.

—Te querré siempre, dijo acariciándole con la mano. ¡Y yo que nunca reparaba! Ya lo creo. ¡Qué expresion de honradez en la fisonomía! ¡Ah, excelente aldabon! Pero ya tenemos aquí la pava. Hola, hola. ¿Qué tal estais? Felices Pascuas.

¿Era aquello una pava? no, no es posible que hubiera podido sostenerse jamás sobre las patas semejante ave; las hubiera tronchado en menos de dos minutos como si fueran barras de lacre.

—Ahora caigo en la cuenta, dijo Scrooge. No podeis llevarla tan lejos sin tomar un simon.

La risa con que pronunció estas palabras, la risa con que acompañó el pago del ave la risa con la que dió el dinero para el coche, y la risa con que, además gratificó al jovencillo, no fué sobrepujada más que por la estrepitosa risa con que se sentó en su sillon sin fuerzas, sin aliento.

No pudo afeitarse con facilidad, porque su mano continuaba temblando, y esta operacion exige gran cuidado, aunque no se ponga uno precisamente á bailar al ejecutarla. Sin embargo, aunque se hubiese cortado la punta de la nariz, con ponerse un