Y á la verdad que para un hombre tan desacostumbrado á ella, la risa tenía mucho de magnífica, de esplendorosa: era una risa productora de muchas y muchas generaciones de estrepitosas risas.
—No sé á qué dia del mes estamos, continuó Scrooge. No sé cuánto tiempo he permanecido con los espíritus. No sé nada; estoy como un niño. Pero no me importa. Desearia serlo, sí; un niño. Eh, hola, upa, hola.
El alegre repiqueteo de las campanas de las iglesias le sorprendió en medio de sus arrebatos.
—¡Oh! hermoso, hermoso.
Fué á la ventana, la abrió y miró hácia la atmósfera. Nada de niebla.
Un frio vivo y penetrante; uno de esos frios que alegran y entonan; uno de esos frios que hacen circular la sangre en las venas con desusada rapidez; un sol de oro; un cielo brillante. ¡Hermoso, hermoso!
—¿En qué dia estamos? preguntó Scrooge á un jovencillo muy bien puesto, y qe se habia parado sin duda para contemplar á Scrooge.
—¿Eh? preguntó el jovencillo admirado.
—¿Que en qué dia estamos?
—¿Hoy? Pues en el primero de Navidad.
—¡El primer dia de Navidad! ¡Luego no falto á él! Los espíritus lo han hecho todo