—Ahora tengo mejor los ojos. Sin duda la luz artificial me los cansa, pero no quiero á ningun precio que vuestro padre lo eche de ver. No debe tardar mucho, porque, ya está próxima la hora.
—Ha pasado ya, repuso Pedro cerrando al mismo tiempo el libro. He advertido que anda más despacio hace unos dias.
La familia volvió á su anterior silencio y á su inmovilidad. Pasando un rato la madre tomó otra vez la palabra con voz firme, cuyo tono festivo no se alteró más que una vez.
—Hubo un tiempo en que iba de prisa; demasiado tal vez, llevando á Tiny en los hombros.
—Yo lo he visto, continuó Pedro; y á menudo.
—Y yo tambien, continuaron todos.
—Pero Tiny posaba poco, añadió la madre siguiendo en su tarea; y luego lo quería tanto su padre, que no era ningun trabajo para éste. Pero ahi le tenemos.
Y corrió á recibirlo. Bob entró arrebujando en su tapaboca: bien necesitaba descansar aquel pobre hombre. Tenía preparado su thé puesto al fuego, y hubo lucha sobre quién le serviría primero. Sobre sus rodillas se pusieron los dos niños, y ambos aplicaron sus mejillas á las de su padre como diciéndole: «Olvidadle padre; no esteis triste.»
Bob se manifestó muy alegre con todos.