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da por la luz del dia, donde se encontraban una madre y sus hijos.

Esperaba á alguien llena de impaciencia y de inquietud, porque no hacía más que ir de un lado á otro de la habitacion, estremeciéndose al más pequeño ruido, mirando por la ventana ó al reloj, haciendo por coser para distraerse, y pudiendo sufrir apenas la voz de sus hijos que jugaban.

Por fin oyó el aldabonazo tan esperado y fué á abrir. Era su marido, hombre aun jóven, pero de fisonomía ajada por los sufrimientos, si bien entonces revestía un aspecto particular como de amarga satisfaccion que le produjera vergüenza y que tratara de reprimir.

Tomó asiento para comer lo que su esposa le habia guardado junto al fuego, y cuando ella le preguntó, al cabo de rato de silencio, con desmayado acento: «¿Qué noticias» él no quería responder.

—¿Son buenas ó malas? insistió ella.

—Malas.

—¿Estamos completamente arruinados?

—No, Carolina: todavía queda una esperanza.

—Si él se ablanda. En ocurriendo tal milagro se puede esperar todo.

—No puede enternecerse: ha muerto.

Aquella mujer era una criatura dulce y resignada. No habia más que verla para reconocerlo desde luego, y sin embargo, al oir