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cido á una triste muerte. Ahí yace en esta mansion tan sombría y desierta. No hay ni un hombre, ni una mujer, ni un niño que puedan decir:—Fué bueno para mí en tal circustancia; yo lo seré ahora para él en memoria de su beneficio.—Sólo turbaban aquel glacial silencio un gato que arañaba en la puerta, y el ruido de las ratas que bajo la piedra de la chimenea roian algo. ¿Qué iban á buscar en aquella habitacion mortuoria? ¿Por qué demostraban tanta avidez y tanta exitacion? Scrooge no se atrevió á pensar.

—Espíritu, dijo: este sitio es verdaderamente espantoso. No olvidaré, al abandonarlo, la leccion que he recibido en él: creedlo así: marchemos.

El aparecido continuaba señalándole la cabeza del cadáver.

—Os comprendo, y lo haría como me encontrara con fuerzas para ellos, mas no las tengo.

El fantasma lo miró entonces con mayor fijeza.

—Si hay alguna persona en la ciudad que experimente alguna emocion penosa á consecuencia de la muerte de ese hombre, dijo Scrooge con mortal agonía, mostrádmela espíritu; os conjuro á ello.

El fantasma extendió un momento su negra vestidura por encima de él y recogiéndola despues, le presentó una sala ilumina-