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y qué de «El idilio de la tarde y de la luna», cuya primera estrofa tiene la dulzura de una égloga de Virgilio?

«El libro de la meditación» que compone la segunda parte trae poesías con giros elegantes y nuevos, con frases donde se ve la relación lejana de unas a otras, pero maravillosamente bien estudiadas. Como ser esta de «El Libro Silencioso»:


«Higuera que da sombra, en el camino grave,
Como una tristeza de madre».


O aquella de los «Versos de un viejo triste»:


«¿Quién pronunció ese nombre
Que me perfuma el alma?»


Esta composición es hermosísima, cada verso es un pensamiento genial y original, respira vida interna e intensa, hiere al corazón, habla al alma, habla muy silenciosamente, de modo que pocos prestarán atención a sus bellezas, pocos, muy pocos, solo los artistas, los de alma grande y de gran corazón.

«El poema para mi hija» es un pequeño cuadro con algo de tristeza, de la tristeza dé los que sufren al lado de la felicidad, de los desgraciados que la fortuna rechaza irónicamente, despiadadamente.

Al poeta sereno, al poeta del amor y las ternezas, a Amado Nervo, he recordado al leer los versos «Las flores del jarrón»:


«Las blancas ñores del jarrón me dicen
De la delicadeza de tus manos».