fuerza y son dominados por ella; es útil a los escritores de talento que saben adornarse con ella: y es absolutamente inútil a los escritores de genio que saben crearse un mundo verbal personalísimo, no sólo fuera de ella sino contra ella».
Estas aceptadas palabras de Vargas Vila podrán servir de norma a la nueva generación que es audaz y talentosa como lo que más. Al finalizar el libro el señor Donoso dice:
«Y en la lírica americana este caso se repite ya con frecuencia en escritores que, como Lugones, Amado Nervo y Guillermo Valencia comenzaron siendo verdaderos maestros de capilla del simbolismo y de todas sus exasperaciones y hoy repasan, con idílica frescura sus emociones cultivando el arte serenamente, ajenas a esas complicacioDns que antaño fueron para ellos palabras de oro».
El caso respecto a García Fernández es muy diferente al de los poetas anteriormente citados, puesto que nuestro poeta comenzó por la escuela romántica de Hugo y ahora ha encontrado su verdadero camino de damasco en la propia auscultación.
Francamente, confieso que ignoro el por qué de las ajenas complicaciones y exageraciones del simbolismo; gloriosa y magna escuela que cuenta con un genio por fundador: Góngora y por un hombre de talento superior por vulgarizador: Verlaine.
Rafael Mesa y López, hombre culto y de vasta erudición, en su «Antología de los mejores poetas Castellanos», habla de esta suerte acerca de los comienzos del simbolismo:
« .. El gran Verlaine, que sin duda alguna es el primer poeta francés del siglo XIX, tenía por Góngora una profunda admiración; se puso a estudiar con ahinco el castellano para poder traducirle, pues no conocía nuestro idioma lo bastante para ello y