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TEMPESTAS.


A Manuel J. Othón.


Entre obscuros y densos nubarrones
el Sol en el Ocaso palidece;
braman desenfrenados aquilones
y semejan estruendo de cañones
los rayos que retumban....
¡Atardece!

¡La tempestad embravecida llega!
De súbito fulgura tras la cumbre
que un mar de sombra impenetrable anega,
el cárdeno zig-zag que se despliega
como un ala fantástica de lumbre!
 
¡Llueve! Las gruesas gotas se desprenden
con rumor de raudal que se desata,
fingiendo flechas que el espacio hienden,
ó en las hojas, do trémulas se prenden,
lágrimas melancólicas de plata.

En tanto, el Genio de la faz obscura
derrama sus tinieblas con derroche
en la ciudad, el valle y la espesura,