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EN LA HAMACA.


A Rubén M. Campos.


Descansa, es la hora. De lo alto desciende
en sueltos girones la roja calina;
el Sol—ígneo loto—su cáliz enciende
y el fuego que riega los montes calcina.

Descansa, mi reina, descansa, ya es hora:
la tierra vomita su aliento de fragua;
ya todas las flores marchitas están;
el pez—áurea flecha—nervioso desflora
las ondas del agua,
y sale á los bancos de arena el caimán.


Su oliente resina sudó el liquidámbar
—aroma enervante, selvático y rico—
y el aire con tenues perfumes de ámbar
se antoja el que esparce sedeño abanico.
 
Te aguardo impaciente, no tardes, te espero;
la hamaca á la sombra del plátano oscila;
su toldo es el toldo de un gran parasol....
ya plañe la flauta del indio hamaquero. . . .
¡Oh ven, mi tranquila,
mi tierna, mi dulce torcaz-tomasol.