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en que la ilusión o la realidad de una pasión constituye la existencia toda entera, Manuela encadenada por el sistema cada día mas brutal del que la dió existencia, tuvo que ahogar en el fondo de sus entrañas ese deseo, que en las otras mujeres se traduce por el gracioso coquetismo por la flexibilidad del carácter, por las mil gracias que tanto atraen; y hacerse mujer seria, jefe de gabinete. El contraste de su posición exterior con la posición de su alma, el atractivo de los objetos que en su alta fortuna provocaban su simpatía, la palabra mas o menos vehemente del hombre que en sus confidencias íntimas ella habría preferido, con la inexorable necesidad que la forzaba a dirigir sus gustos hacia objetos odiosos para el corazón de toda mujer, a poner una mano helada sobre los vivos latidos de su pecho, a ver en las orgías y crueldades de su padre, placeres que debían empoñozarle su vida verde, llena de contento y abandono juvenil, son dolores que toda la astucia de ese monstruo no pudo evitar a su hija predilecta, a su mejor amiga. Prescindamos del sentimiento del amor, de ese fierro en ascuas que esta atravesando en su pecho, como la mirada del hombre ahorcado sobre su verdugo, y recorramos los juegos inocentes, las expansiones de la vida íntima de esa joven en medio de todo el aparato ficticio de esa felicidad que tantos le envidiaban y que ella detesto ciertamente, y veremos que en Manuela Rosas, no ha tenido un día, ni una hora, un instante solo de dicha íntima, de aquellos momentos que dejan un sello vital en la existencia de toda criatura. Agente inculpable del hipócrita que la hacía representar todos los caracteres, todas las faces que convenían a sus necesidades, esa pobre niña tuvo que amoldar sus gustos naturales, la fogosidad y sencillez de su caracter, a la necesidad de ser mujer solapada y de un mundo diplomático, viva, abandonada y aún indiscreta, niña, pueril y