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dida y admirada por los hombres de gusto; y la fortuna derramó sobre su camino los bienes que hacen de la vida una sonrisa. La mujer ha visto consumirse poco a poco, bajo el peso de la tiranía paterna, esa tendencia innata, pero vehemente, irresistible, que arrastra un sexo hacia otro; y caer deshojadas una a una las flores de su guirnalda juvenil, inodora, indiferentes para todos. Manuela quedó huérfana cuando apenas empezaba su vida social, y ya la posicion del padre la obligó a asumir el carácter de secretaria y confidenta de todos esos crímenes que hicieron de la República Argentina el escándalo de los pueblos.

Esta necesidad la forzó a adoptar un sistema de vida diferente del de las otras jóvenes de su edad, se hizo popular en sus gustos, es decir plebeya, y para poder aumentar el poder material de los medios del padre, descender de su caracter de señorita, hasta colocarse al frente de una tropa salvaje de negras africanas, y presidirlas en sus danzas, verdaderas orgías. Suponed un corazón inexperto, que se abre por primera vez a la vida, con todas las ilusiones de oro que se agolpan en torrente sobre la imaginación de quince años, rodeadla de tumba, de espionaje, de cautelas, de hombres cuyos hábitos, cuyos gustos pertenecen a la Pampa, y decidme si esa joven debió caer desde el cielo a que la llevaba su alma hasta la profundidad de un desencanto, de esos que marchitan toda ilusión, de esos que disecan la fuente más pura de la felicidad.

Estas impresiones debieron producir una lucha terrible entre los sencillos y candorosos gustos de la joven, con las necesidades que la política paterna le imponía; entre su naturaleza buena y dulce, con las obligaciones de una obediencia forzada y espantosa. ¿Que debió producir esa lucha?

Llegada a aquella edad en que toda criatura humana siente brotar en su pecho el dulce deseo de ser amada y de amar,