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Depones sobre el mármol los joyeles
que dieron a tus gracias seducción.
y fuegos del infierno te parecen
las luces que el diamante reflejó.

Arrojas sobre el blando taburete,
el lino que tus formas envolvió.
y créeslo en la pavura de tu pecho
fantasma que te mira con horror.

Y en tanto que en los brazos del esposo
gozan las madres de solaz y amor,
tú te vuelves mil veces en el lecho
anegada en el mar de la aflicción.

Y en horas tan amargas el oído
toda voz del consuelo te negó,
la luz que sonó en el aire fué el graznido
de nocturno lechuzo que pasó.

Desgraciada criatura!
el que torció tu sendero
es ese bárbaro fiero
a quien le debes la hechura.

El, que cuanto toca ensucia
que cuanto mira mancilla
que odia a la virtud sencilla,
y hasta con oro la astucia.

Y le llamas Padre, a el!
no ves mujer que te engañas,