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frente no tiene nada de notable, pero la raíz de su cabello castaño oscuro, borda perfectamente en ella, esa curva fina, constante y bien marcada, que comúnmente distingue a las personas de buena raza y espíritu. Sus ojos, algo más oscuros que su cabello, son pequeños, límpidos y constantemente inquietos. Su mirada se fija apenas en los objetos, pero se fija con fuerza. Y sus ojos, como su cabeza, parece que estuvieran siempre guiados por el movimiento de sus ideas. El color de su tez, es pálido y muy a menudo con ese tinte enfermizo de los temperamentos nerviosos. Agregad a esto una figura esbelta; una cintura leve, flexible, y con todos esos movimientos llenos de gracia y voluptuosidad que son peculiares a las hijas del Plata, y tendréis una idea aproximada de Manuela Rosas hoy, a los 33 años de vida; edad en que una mujer es dos veces mujer".

El retrato del autor de los Cantos del Peregrino y de las maldiciones, que tal vez estuvo enamorado de la hija de Rosas, nos la presenta colmada de simpatía, como a una mujer capaz de inspirar pasión a los románticos de su época... si Manuelita, apática, instrumento diplomático de su padre, ser sin voluntad, amanuense espiritual no sólo caligráfico del voluntarioso amo de Palermo, hubiese estado capacitada para amar intensamente. Su juego sentimental con Lord Howden; su tranquilo, resignado sentimiento conyugal a su pasivo novio de la juventud y esposo en el destierro, nos muestran cómo fué su alma. Sin ser calculadora ni fría, apacible, lenta; más propia para aguardar los acontecimientos que para provocarlos.

Y no son las mujeres de esta estirpe las capaces de iluminar grandes pasiones ni poemas inmortales.

No los tuvo Manuelita. Sus Poetas son más bien versificadores. Respetuosos, llevan a la "niña" del hombre que posee la Suma del Poder Público, renglones meticulosos, sin

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