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producir a un Rosas, como se produce una enfermedad epidémica, pero la generación de los fenómenos no está en el orden regular, y esa excepción humana que se llama Juan Manuel Rosas, no ha podido transmitir a su hija ninguna de sus cualidades personales.

Uno de nuestros amigos predilectos, nos decía hablando de Manuela: "Toda la raza de los Rosas es por naturaleza cruel y mortificante. Yo creo que hay en los gustos y en los instintos de la hija los mismos gérmenes que tan horriblemente ha desenvuelto el padre. No; hay exageración, hay injusticia en esta idea absoluta: los sufrimientos del destierro, las profundas amarguras de esa vida sin horizonte, que se consumía entre el deseo y los desengaños, en el choque constante de las ideas de la patria con la miserable materialidad de las cosas, agriaba el espíritu y nos llevaba involuntariamente a la hipérbole; Manuela no es sino el reflejo inverso de su padre. En éste no hay una sola fibra que palpite humanamente, y en ella no hay una arteria en que corra ese veneno que hizo de la Republica Argentina, tan joven y lozana años antes, la decrépita y cadavérica Republica Argentina de la Confederacién de Rosas. No; la débil voluntad de esa niña, no fué bastante fuerte para impedir que el exterminador posase su cuchilla ensangrentada sobre la garganta de los pueblos. La sangre que ha saltado de tanta cabeza mutilada a su lado, ha manchado su rostro, y la infeliz, a quien el terror paterno no le dejaba ni la libertad de lanzar un grito de horror, ha tenido que devorar dentro de su alma la pena, el miedo, el odio también de tanto crimen. ¿Que podía la infeliz en ese círculo de hierro que la brutal tiranía del padre habia trazado a sus acciones? Lo que el niño que pretendiese detener las aguas de un torrente o los balances del navío castigado por las olas. Ha llorado, ha rogado por los que sufrían