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su vida estaba a cubierto de las legítimas asechanzas de sus innumerables enemigos, y una arruga de la frente de esa mujer habría determinado el exterminio de toda una familia. Pero ¡Providencia Divina!, por esa ley externa de contraste de las naturalezas que la fatalidad acerca unas a otras, al lado del demonio de la destrucción se encontró el ángel del consuelo, al lado de la bestia la inteligencia delicada, y al lado de la furia del infierno la sonrisa de la bondad candorosa. No, ni en el encono justo de las pasiones de los enemigos del padre, se debe formular una acusación inmerecida contra la hija. Si ella no ha podido extender una mano protector: hacia los que imploraban su influencia, tampoco ha hecho derramar una lágrima habiendo podido, con un mimo, con un capricho de niña, hacer correr torrentes de sangre inocente. Ella, la infeliz compadecida, ha sido la víctima expiatoria de todos esos delirios sangrientos de su padre. ¿Qué es el poder, qué es el fausto, la riqueza, ni las adulaciones, cuando se tiene dentro del corazón la pena inmóvil de todos los momentos, la blasfemia silenciosa en el centro del alma, el secreto de su miseria a la faz de todo ese oropel, la conciencia de todos esos crímenes y la protesta impotente contra el autor de tan nefandos hechos? ¡Misericordia del Eterno! Asi castigáis al monstruo, cuya cabeza os repugna herir, porque es maldita en la única parte sensible que su organización llena de vicios le ha dejado.


II

Hemos trazado estas líneas con gusto; la patria que produjo al General Belgrano, Rivadavia, al ilustre General San Martín, no podía abortar toda una raza de caribes o de Atridas. En las aberraciones de las cosas, en los trastornos del globo, puede el choque y la extraña combinación de los elementos