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El Ratoncito


marcha, y los dueños del Ratoncito podrán sospechar que tú me estás haciendo revelaciones que perjudiquen sus intereses.

—¡Qué me importa á mi lo que ellos piensen! ya les he cantado yo la verdad con más claridad que un medio dia, y todo lo que sentía mi corazón enconado cuando aconteció el suceso que voy á narrarle brevemente, pero diciendo la pura verdad.

Juanita sacó un pañuelo de manos, secóse la traspiración del rostro, y tomando cómoda postura al lado del coronel, le dijo con acento más calmado:

—Hubo en el batallón un perro lanudo, de esos que llaman de aguas y que pertenecía al sargento Torres, de la compañia de granaderos. Era un perro decente, señor, y muy hábil, porque todos le habian enseñado una porción de pruebas, iguales á las que se hacen en los circos. Esta santa criatura amaneció una manana muerta de una puñalada en el corazón, y nadie supo quién lo había muerto, que sospecharlo no era posible, puesto que no se le conocia enemigo alguno; pero mi marido y yo hemos creído siempre que el matador fué algún corneta ó tambor, porque después lo desollaron, secaron el cuero y lo guardaren, según ellos para disfrazar y reirse del Ratoncito, pero después se vió claramente que no era para semejante risa, sinó para ejercer el contrabando en el cuartel, y poner en peligro la reputación de un buen sargento.

—Vamos, Juanita, creo que estás haciendo una confusión en tu relato, pues de otro modo no me puedo dar cuenta de la idea de que en el cuartel se pueda ejercer el contrabando; allí no hay aduana ni derechos que pagar.

—Valiente, mi coronel, hágase el inocente para hacerme creer que no sabe lo que se quiere decir y lo que se entiende por contrabando en los cuarteles. Bien debe conocerlo porque también ha sido subalterno y ha debido ser medio diablón,

 Campaña y guarnición
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