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El Ratoncito


—Pero mi jefe, si eso es más sabido que el Credo.

—¡Hola! ¿y por qué lo llevan cargado los de la banda?

—Para que esté fresco en el momento que tenga que hacer su servicio.

—¿Qué clase de servicio le obligan á prestar?

—Pues claro está; en las marchas no tiene más que constituirse en proveedor de comida fina para esos bellacos ladrones de la banda. Nadie puede concebir lo picaro que es ese perro patizambo, más jesuita que un hipócrita y más ladrón que Macaco.

—¿Quién es Macaco?

—Pues quién ha de ser, señor, sinó aquel ángel caido que suele tener permiso de Dios para entrar alguna vez de visita al paraiso de que fué arrojado por desacato, y que es capaz de robarle la corona y las alhajas á la misma Virgen Santísima si se descuidan los ángeles que la rodean.

—¡Ya caigo! dijo riéndose el coronel; tú te refieres á Caco, el dios de los ladrones y de los comerciantes según la antigua mitologia. Pase tu error de nombre y da circunstancias, y dejando á un lado tus conocimientos de los dioses y del cielo, refiéreme algo del Ratoncito, y de cómo es proveedor de comidas finas, como tú dices.

—Nada más claro, pues lo puede comprender hasta el niño recién nacido. Cuando la tropa pasa á inmediaciones de alguna población en que por fuerza ha de haber gallinas, lo sueltan y como un rayo se dirije á buscarlas, y con toda la astucia de un zorro viejo las husmea, arreglándose de modo que sin causar escándalo se acogota la mejor de ellas, y como una luz se las lleva á los de la banda. Repite la operación dos y hasta tres veces para esos sinvergüenzas, que después no son capaces de convidar ni con una presita á un enfermo del batalón, porque