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Á muerte


Lo cierto es que no faltan muchos que como el coronel creen firmemente que es una obligación perfecta aquella de no perder oportunidad alguna para galantear asiduamente á una mujer donde quiera que se la encuentre, aunque para ello tenga que pelar la pava ó que pelarse la frente. Esto suele tener sus dificultades y á veces sus serios inconvenientes, pero, ¿qué militar de sangre ardiente y con algo de diablillo dentro del cuerpo medita, ni un instante siquiera, en las consecuencias que pueda acarrearle su conducta á lo Don Juan Tenorio? creemos que más bien es contra producente, pues los peligros en perspectiva sólo sirven para estimular los deseos del enamorado sempiterno y despreocupado.

Haría como dos meses que la división estaba tranquila en un pequeño pueblo de la sierra, haciendo vida de guarnición, pero preparándose para emprender una expedición contra uno de los convoyes que debían salir de la capital hacia el norte de la República, cuando se incorporó el teniente coronel Cañas, dándosele de alta como segundo jefe del batallón que estaba á las órdenes del coronel Mirlito. Era un hombre como de treinta años, alto, bien formado, de ojos, barba y cabellos negros, aspecto grave y reposado, trato culto y suaves modales. Los informes que se tenían de su instrucción, valor y pericia militar, eran de los más favorables, y en su foja de servicios se mencionaban actos distinguidos en los campos de batalla.

Antes que transcurrieran muchos días, notaron todos que existía una marcada antipatía entre él y el coronel, no pudiéndose dar cuenta por el momento de la causa que la originaba, á pesar de ser un punto muy disentido entre todos, pues no se ignoraba que antes de la llegada de Cañas al batallón, ninguno de ellos había visto al otro en parte alguna.

Una tarde en que se hacía ejercicio de batallón, dejó el