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— No se señor; pero creo que ha de llegar a la oracion.

—Anda al zaguan, y esperanos en el: dijo él jugador.

El cochero salió dejando solos á Jaime y D. Blas.

—Mira Blas; es preciso deshacernos del mozo este, porque puede vendernos.

— Tienes razon; mandémoslo fuera del pais.

—Mejor seria mandarlo fuera del mundo.

—Seria mejor realmente ¿pero cómo?

—El modo es sencillísimo: tengo en mi casa un veneno bastante activo; llevemos á Pedro á ella y le damos una copa de vino. Yo respondo de lo demas. En seguida nos vamos al sótano.

—¡Tienes mas talento que D. Baldomero García! Ya te he dicho que me gustan las medidas enérgicas.

—Pues entonces, armémonos y á mi casa.

—A tu casa.

—Aguarda que nos falta algo.

—¿Qué?

—El coche.

—Es verdad: ¿y como salvamos esa dificultad?

—Tomaremos uno de alquiler, hasta mañana, y lo confiaremos á mi sirviente que es apto y de confianza.

—Vamos: veo que aventajas à Federico de la Barra en brillantez de ideas.

—Bien vete á mi casa con Pedro, yo voy á