nientas veces que pasamos y repasamos por el cuarto arco de la Recoba Nueva, y maldito si hemos conseguido ver otra cosa que nuestras pobres humanidades, molidas por los estrujones de la estrujadora y estrujada concurrencia. Por lo visto parece que la niña ha tenido la femenina ocurrencia de darte una bonita broma.
—No soy de tu opinion Arturo amigo, contestó el otro; creo conocer el carácter de Camila, y este conocimiento me dice que es incapaz de darme una broma semejante, máxime, cuando habiamos convenido con su tia, que, de aquí las acompañaria al teatro.
—Vamos: me parece acertar con el busilis, con el nudo gordiano, con la piedra filosofal ó de toque, de la falta á los fuegos de tu sin par Dulcinéa.
—Te suplico encarecidamente Arturo que, dejando aparte tus bombásticas frases y locuras, te espliques con seriedad: ¿qué opinas tú de la falta á los fuegos, de Camila?
—Yo opino.... que no voy desopinado al opinar con mi opinon, que es debida á la interesantísima, aunque intempestiva visita del leon de los elegantes, del niñito D. Blas Aguilar.
—¡Ira de Dios! No me faltaba otra cosa, sino que este ridículo vegete, viniese tambien esta noche á interponerse como una barrera entre Camila y yo. Mira Arturo: mi posicion actual es desesperada, y desearía los consejos de tu amistad en este crítico caso.