Aguilar no advirtió la emoción de Jaime, porque éste le daba la espalda.
Jaime colocó de nuevo el reloj sobre la mesa, y disimulando su agitacion dijo al bandido.
—Vaya, querido Blas, que he sido un necio en asustarme por tan poco. Es verdad que al mejor se la doy.
—Confiesa que aun te dura el susto.
—Es verdad, soy muy cobarde; y como siempre juzgamos á los demas por nosotros mismos, te considero poco valiente, y como yo me voy no quiero dejarte solo. Ahí tienes compaña.
Al decir esto, Jaime, tomó la calavera con mano trémula, y la arrojó sobre el lecho de Aguilar.
El cráneo del desgraciado enemigo de Rosas, fué á dar un fuerte golpe en la herida de su asesino.
—¡Malditos salvages! gritó furioso el mashorquero, hasta despues de muertos, nos hacen la guerra á los federales. Alcánzame ese puñal, Jaime.
El jugador tomó de la caja un puñal con cabo de marfil, cuya acerada y águda hoja estaba guardada por una vaina de tafilete punzó, sobre la que habia escritas con letras doradas estas palabras de siniestra tradicion.—¡¡¡Rosas, Federacion ó Muerte.!!!
Aguilar sugetó la calavera entre sus rodillas, y tomando el puñal de las manos de Jaime, lo supul-