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D. Blas martilló una de sus pistolas y cerrajó a Carlos un tiro en direccion á la cabeza.

La bala no hizo mas que arrancarle de ella el sombrero.

—Asesino! traidor! gritó Cárlos furioso al ver la cobarde traicion de su indigno rival, y descargó una de sus pistolas sobre Aguilar.

La bala fué a destrozar el hueso superior del brazo izquierdo de D. Blas.

Este cobarde lanzó un grito y cayó desmayado en el patio.

Cárlos quiso salir á la calle, pero los pitos de los serenos y los gritos de ¡ladrones! ¡ladrones! dados por los vecinos, le aconsejaron que se ocultase en un aposento.

El patio de la casa de D.Blas se pobló de serenos y vecinos atraidos por las detonaciones de las pistolas.

Cárlos salió disimuladamente por la puerta de la sala y se mezcló entre la multitud de personas que rodeaban al desmayado Aguilar.

Trajeron un médico y este despues de haber examinado á la luz del farol de uno de los serenos, la herida de D. Blas, dijo:

—Es preciso amputar inmediatamente el brazo, porque de lo contrario puede pronunciarse la gangrena.

—Tiene usted sus instrumentos? le preguntó Cárlos.

—No Sr. pero mi casa es cerca y voy por ellos.