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Diez minutos despues estaban ambos rivales frente á frente.

D. Blas asi que vió entrar á Cárlos se puso pàlido.

—Síentese usted amigo D. Cárlos dijo el mashorquero presentando una silla al amigo de Arturo.

Cárlos en vez de sentarse, arrojó sobre ella su talma y sombrero, colocó sus armas sobre la mesa y cruzando los brazos sobre el pecho, quedó mirando en silencio y de hito en hito á Aguilar.

—Parece que el Sr. D, Càrlos tratara de hacer mi retrato, tal es la atencion con que me mira. Ya me ha visto usted bien de frente, si lo desea me colocaré ahora de perfil.

—Con una pistola en cada mano, á diez pasos de mí y sin mas testigos que Dios y nuestro odio.

-El señor Prado me permitirá que le diga que no le comprendo.

—El miserable Aguilar me permitirá decirle que si tuviese algo de caballero, me comprenderia perfectamente bien y me ahorraria la molestia de darle esplicaciones.

-Parece que el objeto de su visita es insultarme?

-Para eso solo no me habría costeado á casa de Vd.; porque con haberle dado de bofetadas donde quiera que lo hubiese encontrado, habria quedado satisfecho mi deseo.

—Luego ¿desea Vd. algo mas?